Desde el útero los bebes perciben las emociones de la madre, lo
que les otorga un lazo único e imperceptible con ella.
Con el correr de los años esos bebes convertidos en niños, adolescentes u hombres, pueden recorrer el camino de la sana madurez afectiva y emocional a través de las herramientas que sus progenitores les hayan brindado para su desarrollo, o puede que, en muchas ocasiones, esta relación se convierta en tóxica y abusiva, lo que se da cuando -por distintas razones- las acciones manipulativas, demandantes y de maltrato de los padres hacia sus hijos terminan causando adultos inseguros, culposos, con baja autoestima e inestables emocionalmente (ver libro “Padres tóxicos” de Susan Foward). En este contexto, los roles se invierten dando como resultado una convivencia no sana y esas figuras paternas que consideraríamos, en un mundo ideal, como figuras positivas, se transforman en figuras negativas y tóxicas para sus hijos.
Por
lo tanto, es nuestra inquietud, como madres dadoras de amor, educadoras en
valores y conocimientos básicos para el desarrollo de nuestros hijos, la de ser
responsables en formar seres adultos sanos emocionalmente, seguros, capaces de
enfrentar sus responsabilidades y preparados para afrontar sus compromisos
afectivos con una emocionalidad sana.
Es por ello que hoy hablaré de la manipulación que los
progenitores ejercen hacia sus hijos, ya sea por las vivencias de su propia
infancia o porque han sido educados bajo un entorno en el que sintieron al
mundo como un lugar inseguro y al crecer y hacerse padres actúan de forma
inconsciente, procediendo con sus hijos de la misma manera que sus padres
procedieron con ellos, repitiendo determinados patrones como el ser objeto de
críticas, maltrato o abandono, volviéndose controladores y emocionalmente
abusivos con ellos.
Esos progenitores, si bien instintivamente brindan amor a sus
hijos también tienen necesidades insatisfechas a nivel emocional y hacen un
intento por llenar en la adultez, a través del uso y abuso emocional de sus
hijos, esas necesidades suyas que no fueron llenadas durante su infancia y adolescencia.
Todos los niños, adolescentes o adultos sienten la necesidad de sentirse amados, seguros, valorados, respetados y aprobados por sus progenitores, pero existen matices entre los sentimientos o más bien necesidades de unos u otros. Los niños tienen necesidad de ser aprobados por sus padres, de sentir un entorno y un respaldo que les brinde seguridad y soporte en su crecimiento. Por su parte, los adolescentes necesitan espacio para encontrar esa individualidad e independencia que están buscando. Y en ese marco, el adulto necesita transformarse en el dador de los cuidados, de la protección, de la seguridad y del respeto que sus hijos necesitan, aceptando los espacios que los adolescentes demandan.
Pero muchas veces pasa que como hijos no hemos sentido o no
hemos tenido todo el amor, la protección, la valoración y aceptación que
necesitábamos, entonces comenzamos a llenar ese vacío ejerciendo control sobre nuestros
hijos. Y es allí cuando damos comienzo a los actos de abuso, realizando
chantajes emocionales a nuestros hijos para que con “actos de amor” compensen nuestras
carencias, o cuando les recordamos todos los sacrificios y las cosas que hemos
hecho por ellos (por tí deje de hacer…, no pude realizar…, mirá todo lo que hago
por ti…, no puedo vivir sin ti…, etc.), victimizándonos o llenándolos de preocupación
y creando sentimientos de culpa hacia su progenitor, poniendo sobre ellos una
responsabilidad que no pueden ni deben sostener.
Situaciones, igualmente nocivas, se dan cuándo, como padres,
tendemos a llenar de palabras a nuestros hijos ya sean de halago, de afecto o
de cariño, sobreexponiéndolos a una situación de agobio y “empalago” afectivo, perdiendo
el valor del verdadero significado de la palabra, al no decirlo en el momento y
de la forma adecuada. O también cuando los progenitores pretenden llenar de
obsequios, regalos y cosas materiales a nuestros hijos con el afán de esconder o
encubrir ausencias o carencias de otra naturaleza y que no le permite
desarrollarse adecuadamente.
Lo grave de esta situación es que le pedimos a nuestros hijos lo
que ellos no nos pueden dar, ya que aún están en su etapa de formación y sus
propias necesidades emocionales no han sido aún totalmente satisfechas, provocando
una inversión de roles, con graves consecuencias emocionales para ellos. Con
esto se sentirán insatisfechos por no poder alcanzar las imposibles metas de la
satisfacción que como progenitores les hemos impuesto, haciéndolos sentir
inseguros, inculcándoles el miedo al fracaso, al rechazo y dejándoles una
sensación de vacío e insatisfacción en su vida, destruyendo su autoestima,
aunque pensemos que estamos realizando lo correcto ya que utilizamos el modelo
por el cual fuimos educados.
En tal sentido, cuando los padres tienen un solo hijo todo su control se centra sobre él mientras que si tienen varios van a elegir a alguno de ellos -con el que más se identifiquen- marcando su preferencia sobre ese/a hijo/a en detrimento de los demás. Esos padres precisan generar alianzas para mantener su control, para que alguno de sus hijos esté de su lado, o para tapar carencias propias o no volver a vivir situaciones que experimentaron en algún determinado momento. Claro que, también existen madres que, bajo esas circunstancias han procedido de la forma opuesta, intentando no repetir con sus hijos lo vivido en su infancia, actuando como referencia positiva para la vida de sus hijos, rompiendo ese círculo de abuso del que fue objeto.
Muchas veces, cuando los hijos son ya adultos, los padres nos
colocamos en situación de víctima para generar sentimientos de culpa en nuestros
hijos; considerándolos como niños, nos negamos a aceptar que son adultos que
tienen control sobre sus vidas y, por tanto, de las elecciones que en ella
realicen. Esto es mucho más notorio cuando nuestros hijos deciden formar una
familia; la situación se vuelve más complicada porque habitualmente la pareja
de su elección no es de nuestro agrado, entonces nos entrometemos en cómo deben
realizar el aseo de la casa, como deben preparar la comida, educar a sus hijos,
porque entendemos que debemos tomar el control de una situación en la que
sentimos que ellos no pueden hacerse cargo o simplemente buscando situaciones incómodas
y siendo egoístas boicoteamos la felicidad de nuestro hijos haciéndolos totalmente
dependientes de nosotros.
Por ello, muchas veces los hijos de padres abusivos
emocionalmente y manipuladores, en la adultez pueden tener problemas para
relacionarse con los demás, particularmente con sus parejas, porque siempre
tienden a alcanzar los niveles de exigencia esperados por sus padres y que
nunca fueron alcanzados o que permanentemente buscan la aprobación de éstos.
Es por eso que como padres cariñosos y amorosos, debemos
reflexionar sobre nuestras actitudes diarias, nuestras pequeñas acciones del
día a día y analizar qué tipo de padres somos, que pretendemos de nuestros
hijos y bajo qué caminos pretendemos que estos recorran la vida. Y si nos
llegáramos a reconocer en estas situaciones, aún cuando no siempre logremos
enfrentar a nuestro progenitor, demorando en enfrentar la situación, debemos
pensar que una primera forma de protección es tomar distancia de ella para
intentar romper el lazo y cortar con ese círculo vicioso. De esa forma estaremos evitando repetir sobre
nuestros hijos los mismos patrones de conducta equivocados que nuestros padres
volcaron sobre nosotros y, en caso que los hayamos repetido, porque somos
imperfectos y nadie nos enseña a ser padres, que sea el amor hacia nuestros
hijos el que nos permita luchar para revertir esa situación, reconociendo que
son nuestros hijos el regalo más preciado que la naturaleza puede ofrecernos y
que es nuestra responsabilidad y orgullo hacerlos las mejores personas que
ellos puedan ser, reconociendo sus fortalezas y debilidades, como seres únicos
e individuales... porque como escribiera Khalil Gibran:
Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
Puedes darles
tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios
pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas
viven en la casa de mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos
semejantes a ti
porque la vida no retrocede
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero
sea para la FELICIDAD
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