"Yapa". Ya en 1953 Gobello afirmaba que la palabra “yapa” se había refugiado en
la jerga infantil, y es verdad. Su mera mención evoca para muchos recuerdos de
infancia. En mi caso, la yapa se materializaba en los caramelos que el
almacenero italiano de mi barrio depositaba en mi mano, cuando iba a comprar un pequeño surtido con
mi madre. Con gesto ansioso y los ojos brillantes, vivía la emoción de que un
adulto reparara en mí, y supiera cómo entregarme un momento de felicidad. Vista
a la distancia, aquella yapa era sobre todo emocional, porque más que la
golosina misma, importaba darse cuenta de que el mundo podía ser un lugar
habitado por gente amable, atenta a las necesidades de los demás: un lugar
donde ser feliz.
Aunque parece lunfarda, de origen portuario o arrabalero, “yapa” es una
palabra indígena, más precisamente quichua, y significa algo así como el
agregado gratuito que un comerciante agradecido entrega junto con la mercadería.
Yapay es verbo quichua que significa añadir, y la voz ha tenido expresiones
alternativas como yapana, llapa o ñapa, todas borradas por el viento de los
años.
Otro recuerdo me viene a la memoria, y este viene desde el inhóspito
invierno de 1973. Había un cine llamado Montevideo, en una de las callejuelas
interiores que circundan a la hoy Avenida del Libertador, en el que los sábados
de noche, luego de una buena película, y con la platea semi vacía, bajo el
título de “La yapa”, se podía escuchar en minirecitales de treinta minutos, a
escurridizos músicos populares. Recuerdo especialmente a Tabaré Etcheverry, ya
enfermo de la dolencia que lo llevaría pronto de este mundo, cantando con toda
la prestancia de su voz viril y rebelde.
Quizás los jóvenes no sigan usando la palabra, aunque el concepto
permanece en el chorro de whisky extra que un mozo solidario vuelca por sobre
la medida del vasito de metal, siempre luego de la segunda vuelta, claro está.
Los veteranos sí, suelen decir luego de superar un problema serio de
salud: “lo que viene desde ahora viene de yapa”. Quizás haya que pensarlo mejor
y cada día, al abrir los ojos, tendríamos que agradecer todos por un día más de
yapa en este mundo tan fascinante como peligroso en el que nos toca vivir. Mario
Barité
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