Leyendo
el artículo "Felicidad y sufrimiento van de la mano", sobre la
crianza de los hijos, publicado en el diario El Observador, el sicólogo Alejandro
De Barbieri, autor del libro Educar sin
culpa, realiza dos afirmaciones sumamente interesantes. La primera es que "…para
ser padre hay que dejar de ser hijo" y la segunda es que "…los padres
tienen miedo al autoritarismo y por eso no son firmes para decir no".
Como
madre comparto totalmente lo expuesto por el Lic. De Barbieri, sobre todo, en
que los padres debemos ejercer al educar una "autoridad sana", actuar
con firmeza y descartar la violencia y la agresividad. No debemos olvidar que
somos los primeros educadores de nuestros hijos.
En
los niños la falta de firmeza y de normas claras es perjudicial para su
desarrollo emocional, ya que no tienen una autoridad clara que los oriente, se
acostumbran a no acatar órdenes y a no cumplir con las reglas de sus lugares de
convivencia, sea la casa o el colegio.
Esto hace que al momento de cualquier negativa o frustración, reaccionen
de forma violenta y, al ir creciendo, puedan caer en excesos. Por su parte, cuando los padres actúan con
firmeza, estableciendo reglas claras, marcando límites dentro de un ambiente de
afecto, los ayudan a crecer seguros de sí mismos y sanos emocionalmente.
Retomando
el artículo del Lic. De Barbieri, este hace
mención también a aquellas "madres
agobiadas por la ansiedad que le preguntan al niño cuanto la extrañaron o si
las quieren". Esto es tan tóxico
como las agresiones o la violencia, dado que lo único que le genera al niño es
la responsabilidad de cubrir esa ansiedad, aún sin tener las herramientas o
condiciones necesarias para hacerlo. Una actitud así provoca que ese niño se
estanque, que no madure y que quede atrapado en esa perversión.
En
"padres divorciados" la autoridad sana es mucho más difícil de
ejercer, ya que sienten culpa porque, en
muchos casos, asumen el divorcio, aunque verbalmente no lo manifiesten, como
abandono de sus hijos y tratan de ser sus amigos, perdiéndose el rol
maravilloso y único de ser padre.
En
mi opinión, un padre no es un amigo. Muchos progenitores no encuentran quizás
la palabra y la usan a discreción diciendo: soy tu mejor amigo, para
demostrarle de alguna manera ese amor incondicional y que estarán ahí para todo
lo que necesiten, en las buenas y en las malas. Pero esta afirmación de “mejor
amigo” confunde al niño, que comparte muchas actividades con otros “amigos” de
su misma edad, en un mismo plano de igualdad –donde no hay una línea de
jerarquía- y con sus mismos intereses, donde cada uno de ellos expresa sus
sentimientos y sus egoísmos. Esos niños
están creciendo sin un marco de referencia, sin autoridad y es ahí donde radica
la mayor diferencia de ser padre, y se refleja en muchas relaciones entre
padres e hijos en las que no existe respeto ni límites y donde las reacciones
son propias de amigos y no de padres.
Y
es en estos casos en que los hijos detectan esta debilidad y falta de
autoritarismo sano y la aprovechan y manipulan para obtener lo deseado, a
sabiendas que son en contra de la opinión de ese padre o madre. Utilizan
argumentos que ayudan a aflorar esa culpa escondida por causa de esa separación
y se transforman en relaciones tóxicas de amigos permisivos, perdiendo cada vez
más la autoridad de padre.
En
la mayoría de los casos, a esos hijos que manipulan a ese padre o madre carente
de determinación y firmeza -que solo quiere ser amigo de su hijo y abandona lo
más hermoso y único que tiene-, que es el “rol de padre” muchas veces les cuesta aceptar las decisiones
que sus padres toman. Inclusive cuando estos tienen una nueva pareja la boicotean
ya que les cuesta separar al padre/madre de su condición de hombre/mujer. No permitamos
que ese egoísmo aflore y condicione algo tan natural en todos los seres humanos
como tener un compañero/a de vida.
No
nos olvidemos de “ese rol maravilloso” que es ser padre y la convicción de que
siendo firme en las decisiones que tomemos -quizás puedan darse momentos duros-
a la larga, solamente harán de nuestros hijos hombres y mujeres sanos para
afrontar la vida y prontos para ser padres “saludables”, en los que podamos ver
reflejados todo el amor incondicional que durante su formación les diéramos.
Por
lo tanto, los que somos padres cumplamos con ese rol ejerciendo nuestra
autoridad “sana”, marcando límites claros y firmes y fortaleciendo a nuestros
hijos para que mañana sean hombres y mujeres emocionalmente sanos que puedan disfrutar
a sus compañeros de vida y continuar el ciclo de la vida. IK
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