Esta semana mi querido amigo nos ilustra sobre el origen de la palabra fiaca.
"Fiaca" Curioso es comprobar que en la vereda oriental del Río de la Plata
“fiaca” significa “hambre”, mientras que del lado argentino quiere decir
“pereza”, “desgano”, en especial la pereza y el desgano extremos, esos que
impiden incluso, que el fiacún mueva un dedo de su cuerpo lánguido del lugar en
que yace o está anclado.
Habrá que decir desde ya que acepciones tan distintas tienen una
génesis común en la lengua italiana, donde la
fiacca condice con la idea de debilidad.
Se debilita el que hace un rato largo no se alimenta, y empieza a
sentir en la boca del estómago, o en la válvula del píloro, la ansiedad del
hambriento. Quien come con fiaca, come con ansiedad, sin los ritmos enlentecidos
y placenteros del sibarita. El fiaca come sin fruición y con apuro, de paso y
para salir del paso. No en vano una ilustre pizzería-restaurante céntrica de
Montevideo se denomina “La Fiaca”. Sus propietarios seguramente percibieron la
necesidad perentoria de los ciudadanos de a pie, de almorzar o cenar en camino
hacia, o de vuelta de, o después de otros recorridos, no menos urgentes, por
las calles de la capital.
Pero se debilita también el que no logra mover su cuerpo de la cama, el
sofá o la hamaca paraguaya. Los médicos
seguramente llamarían “astenia” a esta parálisis psico-física. Pero para los porteños, el fiaca o fiacún
está en la frontera de ser considerado un vagoneta consuetudinario, alguien que
prefiere las perspectivas horizontales de la vida antes que las peleas
verticales que impone cada jornada.
Hubo una vez una película, llamada “Buenas noches Alejandro”, en la que
el protagonista, harto de la tiranía de su esposa, al quedar sorpresivamente
viudo decide no moverse más de su cama, e idea ingeniosos mecanismos de poleas
para no tener que levantarse ni siquiera para saborear una tabla de fiambres y
quesos o una copa de vino. Aquel Alejandro era un francés, fiacún con todas las
letras, que unía en su determinación, los dos sentidos de la palabra que hoy
tomamos como referencia. Y no desde la astenia, ni desde el hambre, sino desde
la decisión vital de disfrutar de su fiaca iracunda y feliz. Ese franchute
descubrió sin querer que la fiaca del perezoso es más envidiable que la fiaca del
hambriento.
Podría asegurarse que en el Río
de la Plata por fiaca se entendió primero hambre, y que quizás fue Roberto Arlt
quien, en sus Aguafuertes porteñas de 1933, contribuyó decisivamente a
que del lado argentino el sentido se trasladara hacia la flacidez o el desgano,
mientras que del lado uruguayo tuvimos la pereza de mantener el significado
original.
Podría escribir bastante más sobre esta mágica palabrita con tanta
historia. Pero la verdad es que me da fiaca, y además tengo fiaca. Como bien se
sabe, la pereza y el hambre no son buenos motivadores. Mario Barité
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